15. Ceremonia de unión de amor eterno Celta
Bajo el manto estrellado de una encantadora noche de verano, se forjaba un evento que desdibujaría las líneas entre el misticismo celta y la mitología griega. En lo más recóndito de un bosque, donde los árboles susurraban secretos antiguos y el musgo susurraba antiguas melodías, una diosa griega se preparaba para llevar a cabo un ritual eterno de unión y amor. Su nombre era Hestia, venerada en el panteón griego como la guardiana del hogar y el fuego sagrado, pero en esta ocasión, su propósito trascendía las fronteras de su usual dominio.
La conexión entre ella y el mundo celta había sido tejida por los hilos del destino. Había adoptado este rito antiguo, fascinada por la profundidad de su conexión con la naturaleza y el poder que emanaba de los lazos de amor y comunidad. El ritual que buscaba realizar era uno de los más antiguos y sagrados, un ritual celta para unir a las personas en amor y armonía, bendecido por la magia de los druidas y ahora, por su propia esencia divina.
La ceremonia podía llevarse a cabo en cualquier fase lunar, ya que la esencia del ritual residía en la intención y el poder de la conexión con las fuerzas místicas en juego. Aunque tradicionalmente se realizaba durante la luna llena para potenciar la energía, la magia y la intención detrás del ritual podían trascender las limitaciones temporales y adaptarse a diversas fases lunares. Cada fase lunar tenía sus propias energías y significados, por lo que realizar la ceremonia en diferentes momentos lunares podría aportar matices y enfoques únicos a la experiencia ritualística. El poder de la conexión y el amor trascendía las fases lunares.
La ceremonia debía llevarse a cabo en un claro del bosque, rodeado de robles antiguos, árboles sagrados tanto para los celtas como para muchas deidades griegas. El terreno fue adornado con hierbas y flores celtas, cada una seleccionada cuidadosamente por sus propiedades mágicas y simbolismo en rituales de amor.
En el centro del claro, Hestia encendió un fuego, no uno común, sino un fuego eterno que simbolizaba el hogar y la comunidad. Alrededor de este, dispuso un círculo de piedras, cada una inscrita con runas antiguas y símbolos de amor. Mientras el crepitar de las llamas iluminaba la noche, la diosa comenzó a recitar encantamientos en un dialecto que era una fusión del griego antiguo y el galo, un idioma que solo podría existir en este momento de unión mística.