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13. La Santa Muerte

En las sombrías profundidades de un bosque antiguo, donde los susurros del pasado aún retumbaban entre los árboles centenarios, Mitxoacan, un druida cuyos conocimientos eran un puente entre las antiguas prácticas celtas y las tradiciones indígenas mexicanas, se preparaba para realizar un ritual sin precedentes. Su misión era unir en amor verdadero a dos almas destinadas a encontrarse, pero separadas por el destino o la desgracia. La joven Alondra había acudido a él, buscando desesperadamente reunir su corazón con el de León, su amor desde la infancia, cuyo afecto parecía haberse desvanecido como el viento entre los cañones.

Mitxoacan, cuyo nombre resonaba con el eco de antiguas batallas espirituales y sabiduría ancestral, guió a Alondra a través del oscuro manto del bosque hasta un claro secreto, solo conocido por aquellos que caminaban entre mundos. En el centro de este sagrado espacio, se alzaba un altar improvisado, adornado con ofrendas que trascendían el tiempo: mariposas de papel, símbolos de transformación; flores de cempasúchil, un puente entre los vivos y los muertos; y cuarzos, cristales que resonaban con la energía de la tierra.

A medida que la luna ascendía, bañando el claro en su luz plateada, Mitxoacan comenzó el ritual. Primero, trazó un círculo en la tierra con cenizas de copal, creando un espacio sagrado protegido de influencias externas. Luego, invocó a los cuatro elementos y a los antepasados, pidiendo su presencia y bendición para el ritual. Alondra, sosteniendo en sus manos dos velas entrelazadas, simbolizando la unión de dos almas, miraba con esperanza.

Mitxoacan, sosteniendo un antiguo libro de hechizos, susurró palabras en un dialecto olvidado, cada sílaba vibrando con el poder de la naturaleza misma. Tomó una pócima preparada con hierbas sagradas, mezcladas con agua de un cenote sagrado, y la derramó sobre el suelo, formando un camino que simbolizaba el viaje de las almas hacia su unión.

La clave del hechizo era el amuleto de la Santa Muerte, símbolo de ciclo y renacimiento. Alondra colocó el amuleto en el centro del altar, rodeándolo con pétalos de rosa roja, mientras Mitxoacan invocaba a la Santa Muerte, pidiendo su intercesión para guiar a León de vuelta al corazón de Alondra, para que ambos pudieran encontrarse en este y todos los mundos.

Mientras Mitxoacan pronunciaba las últimas palabras del hechizo, las velas se encendieron por sí solas, su llama ardiendo con una intensidad que iluminaba el claro con un resplandor sobrenatural. Un viento cálido barrió el espacio, llevándose consigo las palabras del druida y los deseos de Alondra, dispersándolos por el universo.

El ritual concluyó, Mitxoacan cerró el círculo y aseguró a Alondra que el vínculo entre ella y León estaba ahora bendecido por las fuerzas más poderosas de la naturaleza y lo divino. Le aconsejó paciencia, pues los designios de la Santa Muerte se manifiestan en el tiempo designado por los cielos.

No pasó mucho antes de que León, como guiado por una fuerza desconocida, buscara a Alondra. Al encontrarse, ambos sintieron una conexión profunda, como si sus almas se reconocieran y se unieran en una danza eterna. El amor que floreció a partir de ese día fue un testimonio del poder del ritual y del hechizo que los unió, una historia que sería contada en el pueblo durante generaciones, un recordatorio de que el amor verdadero, guiado por la mano de fuerzas ancestrales, nunca puede ser negado.

La Santa Muerte, conocida también como Nuestra Señora de la Santa Muerte, es una de las deidades más intrigantes y controvertidas de la cultura mexicana contemporánea. Su presencia es palpable en altares coloridos y en tatuajes en la piel de aquellos que la veneran, desafiando abiertamente las normas establecidas por la Iglesia Católica.

Se dice que la historia de la Santa Muerte se remonta a las antiguas creencias de los pueblos mesoamericanos, encontrando sus raíces en la figura de Mictecacíhuatl, la diosa azteca de la muerte. Esta deidad adopta la forma de una figura esquelética femenina, con un manto que ondea en la brisa como recordatorio de la fugacidad de la vida.

Cada color asociado con la imagen de la Santa Muerte tiene su propio significado simbólico y ritual. El verde representa la salud y la sanación, el rojo está ligado al amor y la pasión, el blanco simboliza la pureza y la protección, el dorado atrae la fortuna y la prosperidad, mientras que el negro evoca el misterio y la justicia.

Los devotos de la Santa Muerte acuden a ella en busca de ayuda en situaciones desesperadas, confiando en su poder para interceder en asuntos terrenales y espirituales por igual. Algunos la ven como una protectora compasiva que escucha las súplicas de los necesitados, ofreciendo consuelo en tiempos oscuros y orientación en momentos de incertidumbre.

A pesar de su creciente popularidad, la Santa Muerte sigue siendo un tema de controversia y debate. Algunos la ven como una fuerza benévola que brinda apoyo a los marginados y desamparados, mientras que otros la relacionan con la criminalidad y la violencia. Esta dualidad en su percepción refleja la complejidad de la figura de la Santa Muerte en la cultura mexicana contemporánea.

En conclusión, la Santa Muerte es mucho más que una simple representación de la muerte; es un símbolo de protección, sanación y justicia para aquellos que la invocan con fe y devoción. Su presencia en la vida cotidiana de muchos refleja una conexión profunda con lo espiritual y lo trascendental, desafiando las normas establecidas y ofreciendo consuelo a aquellos que buscan su amparo.

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