10. Rito de Amunhia
En un reino oculto entre las brumas del tiempo, donde los sentimientos se entretejen en el aire y el amor se siente como un susurro del viento, habitaba İnthzæeg, la sacerdotisa del templo de Amuhia. Este templo, suspendido en la eternidad, era el santuario de aquellos cuyos corazones buscaban la unión más pura y eterna.
Una noche, bajo la sombra de una luna plena que derramaba plata sobre el mundo, se presentaron ante İnthzæeg dos enamorados cuyas almas llevaban la marca del destino, pero cuyos caminos estaban entrelazados con desafíos. Ambos, con las manos unidas y las miradas llenas de esperanza, rogaron a la sacerdotisa por un rito que sellara su amor contra las tempestades del tiempo.
İnthzæeg, movida por la sinceridad de sus corazones, accedió a guiarlos en el sagrado rito de Amuhia. Así, bajo el techo estrellado del cielo, se dispuso a unir en la más sublime de las danzas a los hilos del destino que pulsaban al ritmo de dos corazones.
El rito comenzó al encender İnthzæeg una vela carmesí, cuya luz palpitante era como el propio corazón del amor, vibrante y ardiente. Este acto simbolizaba la pasión indomable que ahora fluiría libre, sin cadenas, guiando a los enamorados a través de las sombras de la duda y el temor.
Luego, en un cuenco de barro, modelado con las manos sabias de la antigüedad, İnthzæeg mezcló pétalos de rosa carmesí, como el primer beso compartido bajo la luna, con la esencia del jazmín, dulce y embriagadora como los sueños susurrados en la noche. Cada elemento era un verso en la poesía del amor que ahora se escribía.
Con la mezcla ante ellos, la sacerdotisa elevó su voz en un cántico ancestral, tan antiguo como el mismo Amuhia. Las palabras, cargadas de poder y esperanza, resonaban como una melodía que se entrelazaba con el alma, prometiendo unir lo que había sido separado, curar lo que había sido herido.
Finalmente, İnthzæeg invitó a los enamorados a cerrar sus ojos y visualizar el hilo dorado del destino, ahora tejido firmemente entre ellos, irrompible y eterno. Su fe y amor invocaron la presencia de Amuhia, cuya esencia descendió como un manto celeste, sellando el rito con un beso divino.
Así, bajo la atenta mirada de las estrellas y la bendición de Amuhia, el amor de los jóvenes se fortaleció, libre de toda barrera. Este rito sagrado, guiado por İnthzæeg, se convirtió en una leyenda, un testimonio eterno del poder de la fe y el amor verdadero, narrado de generación en generación dentro del reino oculto en las brumas del tiempo.
Y cada vez que la luna llena derrama su luz sobre el mundo, los corazones de los enamorados palpitan al unísono, recordando la magia de aquel rito y de la sacerdotisa İnthzæeg, quien enseñó que el verdadero amor, bendecido por Amuhia, es tan eterno como las estrellas mismas.