El Comienzo de un Sueño

El Comienzo de un Sueño

Nunca pensé que pudiera encontrar un amor que me hiciera sentir tan viva, pero a los 38 años, conocí a Pablo. Recuerdo nuestra primera cita como si fuera ayer. Era un día radiante de primavera; el sol brillaba con fuerza, y el aroma de las flores llenaba el aire. Nos conocimos en una cafetería acogedora en el barrio de Misiones. Desde el primer instante, su risa y su mirada profunda me atraparon. Hablamos de nuestras vidas, de sueños y de anhelos. Fue como si cada palabra pronunciada se convirtiera en un hilo que unía nuestras almas. Sentí una conexión indescriptible.
Fue tal y como lo describió Mariela Gauna en su primera lectura gratuita…

Sin embargo, como la vida suele ser irónica, esa chispa se apagó demasiado pronto. A medida que nuestros corazones danzaban al ritmo de un amor apasioando, las sombras comenzaron a asomarse. Un día, sin preaviso, Pablo me dijo que necesitaba espacio. Su voz, que antes me envolvía como un abrigo cálido, ahora sonó fría y distante. Intenté buscar respuestas, pero las palabras como “necesidad” y “tiempo” solo me llenaron de confusión y dolor. Atrapada en un torbellino de emociones, vi cómo se desvanecía lo que creía que era mi alma gemela.
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La Caída al Abismo

Los días se convirtieron en semanas, y esas semanas se transformaron en un sufrimiento interminable. Me sentía como un ave herida, incapaz de volar. La vida había perdido todo su brillo. Caminaba durante horas sin rumbo, cada rincón de la ciudad recordándome a él. Las risas de mis amigos se tornaron ecos lejanos, mientras yo me hundía en un mar de soledad. La ansiedad y el aislamiento tomaron posesión de mi ser. Cada día era una batalla; la lucha entre el deseo de seguir adelante y la agonía de perderlo.
Hice varias lecturas de tarot antes de animarme a contratar un ritual, me ayudó mucho Andrea, la tarotista de Mariela formafa por ella misma, española y escorpio.

No podía encontrar consuelo. Despertaba cada mañana y una pesada nube gris se posaba sobre mí, robándome las ganas de vivir. Vine a pensar que mi corazón estaba eternamente marcado por un amor imposible. Pero en el fondo sabía que debía luchar, que me negaba a ser esclava de este dolor. Fue entonces cuando decidí buscar ayuda.
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A través de un amigo, conocí a Mariela Gauna, una coach emocional. Al principio dudé; el amor parecía un campo de batalla y de alguna manera creía que debía luchar por mi cuenta. Sin embargo, una chispa de esperanza me llevó a su consulta. Mariela, con una sabiduría y una calidez que me envolvieron, me enseñó a dar pequeños pasos hacia la luz. Juntas exploramos mis emociones, entendí la importancia de cuidar de mí misma.

Renacer y Encontrar la Luz

Poco a poco, comencé a hacer ejercicio. Salir a correr al amanecer se convirtió en un ritual sagrado. El sol brillaba y sus rayos acariciaban mi piel, llevándose poco a poco el peso de mi sufrimiento. La vida volvió a mostrarme su cara. Volví a reír, a disfrutar de una buena novela o de una tarde con amigos. Pero en mi corazón, Pablo seguía presente, un amor real grabado indeleblemente.

Aun así, necesitaba más. Fue entonces cuando Mariela empezó a hablarme sobre su trabajo en el ámbito espiritual y emocional. Me explicó que, a través de sus métodos éticos y morales, podría ayudarme a reconectar con Pablo. No se trataba de manipulación, sino de un entendimiento profundo de los sentimientos que compartíamos. Acepté la idea con hesitación, pero una parte de mí sabía que este amor merecía ser luchado.

Después de varios encuentros y un estudio minucioso de nuestra conexión, Mariela activó un amarre de amor. Su enfoque fue siempre desde el respeto al libre albedrío; era imposible no sentir que se estaba abriendo una puerta mágica. El cambio fue gradual, pero los signos de que Pablo podría volver a mi vida comenzaron a hacerse evidentes.

Finalmente, tras meses de lucha, de amor propio y de apoyo incondicional de Mariela, un mensaje inesperado de Pablo iluminó mi pantalla. “¿Podemos hablar?” dijo la simplicidad de esas palabras. En ese momento, sentí cómo el dolor se desvanecía y una nueva esperanza renacía dentro de mí.

Nuestro reencuentro fue mágico. Al mirar sus ojos, todo el trauma se desvaneció. Acepté que el amor real no siempre es perfecto, que hay caminos llenos de tierras difíciles, pero también de posibilidades. Si bien sabía que el camino no sería fácil, algo dentro de mí había cambiado. Había aprendido a renacer, a volar alto, no solo por Pablo, sino por mí misma. La vida me había enseñado que el amor verdadero puede ser una fuerza poderosa y que, a veces, la resiliencia es el primer paso hacia la felicidad.
Sentí gratitud por Mariela y Andrea quienes me tomaron la mano en todo el proceso…

Hoy, en mis 38 años, comprendo que el amor no se limita a un solo encuentro. Es un viaje, una colección de momentos profundos, de caídas y renacer, de abrazos y separaciones. Estoy lista para escribir mi propia historia, porque este es solo el comienzo.

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