Reconquistando el Amor
Pasaron semanas desde que decidí que quería reconquistar a Pablo
Cada día, su ausencia me pesaba más, pero sabía que no podía quedarme de brazos cruzados, así que busqué ayuda. Me reuní con un grupo de profesionales que habían sido fundamentales en esta travesía de autoconocimiento y sanación. Ellas me ayudaron a enfrentar mis sentimientos y a reconstruir mi confianza.
En aquellas sesiones, aprendí que el amor no se trata solo de grandes gestos, sino también de los pequeños detalles, de escuchar y comprender. Decidí que cada domingo sería un día especial para demostrarle a Pablo lo que sentía. La primera semana, preparé un picnic en el parque donde solíamos ir. La idea era revivir aquellos momentos y recordarle lo que nos unía.
Cuando llegó el día, mi corazón latía con fuerza. La inesperada brisa de la mañana renovaba mis esperanzas. Al verlo llegar, me dio un vuelco el estómago. La sonrisa en su rostro me llenó de valentía. Hablamos, reímos y compartimos recuerdos. Era el primer paso hacia la reconquista, y la sentí en cada palabra que intercambiamos.
Las siguientes semanas, continué trabajando en mí misma y en nuestra relación. Asistí a talleres sobre comunicación, para aprender a expresar mis sentimientos de una manera más efectiva. Todo lo que hacía era con la intención de hacerlo sentir amado y valorado, porque entendí que parte de reconstruir lo que habíamos perdido era dejar atrás los viejos hábitos que nos habían separado.
Un sábado, decidí sorprenderlo. Recorrí toda la ciudad para encontrar una floristería que vendiera las flores que más le gustaban, las lilas.
A los hombres también les gustan las flores y tienen sensibilidad porque hoy en día aceptan su lado femenino ya que todos tenemos un lado femenino y un lado masculino.
Me aseguré de que cada detalle fuese perfecto. Preparé una cena en un hermoso restaurante con vistas al atardecer, el lugar donde nos habíamos prometido que siempre estaríamos juntos.
Cuando llegamos, el ambiente estaba cargado de tensión, pero esta vez era diferente. Me atreví a abrirle mi corazón. “Pablo, he aprendido tanto en este tiempo, y no quiero perder la oportunidad de mostrarte cuánto te amo”, le dije, sintiendo la sinceridad en cada palabra. Sus ojos brillaron mientras escuchaba, y por un momento, sentí que las barreras se caían.
Cómo había vaticinado Mariela Gauna…
La clave fue la paciencia. Sabía que no podía forzar las cosas. Las profesionales me enseñaron a respetar su espacio y a ser constante en mis esfuerzos. Cada semana, le enviaba un pequeño detalle: una nota, una canción que me recordaba a el, incluso un libro que sabía que quería leer. Estos gestos construyeron un puente entre nosotros, y poco a poco, el comenzó a abrirse nuevamente.
Una noche, mientras caminábamos
Bajo estrellas, me detuve y le pregunté: “¿Crees que hay esperanza para nosotros?” Me miró y, después de un momento que pareció eterno, respondió: “Siempre hay esperanza si ambos estamos dispuestos a luchar”. Esa fue la confirmación que necesitaba; estaba lista para intentarlo de nuevo.
Con ayuda de mis amigas, planeé una escapada a la montaña, un lugar donde podríamos conectar de nuevo con la naturaleza y con nosotros mismos. Fue un fin de semana lleno de risas, confidencias, y momentos de vulnerabilidad. Me di cuenta de que había aprendido no solo a amarlo, sino también a amarme a mí misma.
Finalmente, una tarde, mientras contemplábamos el atardecer, le tomé la mano y le dije: “No prometo que será fácil, pero estoy dispuesta a luchar por ti, por nosotros”. Pablo sonrió, y en sus ojos vi ese reflejo de amor que tanto había estado extrañando. “Yo también”, dijo. Y en ese instante, supe que había reconquistado su corazón.
Con la ayuda de los rituales de amor unión y el amarre perfecto que me hizo Mariela Gauna y su seguimiento diario.
El proceso no había sido sencillo, pero cada lágrima y cada esfuerzo valieron la pena. Con el apoyo de quienes me rodean, la lucha por el amor se había convertido en mi mayor victoria. Nos miramos y supe que este nuevo capítulo estaba lleno de esperanza, sueños compartidos y un amor renovado.
La Decisión
En la vida, hay momentos que marcan el rumbo de nuestro destino, y el día que decidí realizar un amarre amoroso con la experta Mariela Gauna fue uno de esos momentos cruciales. Me encontraba en una encrucijada emocional, atrapada en un laberinto de dolor y desesperación tras una ruptura que dejó cicatrices profundas en mi corazón. La tristeza se había convertido en una compañera constante, y mis días se repetían como un ciclo interminable, con las horas adormeciendo mis esperanzas.
Era un día gris cuando, tras horas de reflexión, decidí buscar ayuda. Mariela tenía una fama que la precedía en el ámbito del amor y la espiritualidad; sus métodos ponían énfasis no solo en la unificación de parejas, sino en el crecimiento personal. Me sentía escéptica y vulnerable al mismo tiempo, pero sabía que debía intentar algo diferente para salir de la oscuridad que me envolvía.
Cuando finalmente la conocí, su energía era palpable, casi curativa. Con una sonrisa cálida y una voz serena, comenzó a hablarme sobre el poder del amor y cómo todos podemos atraer lo que deseamos. Pero también me advirtió sobre el sacrificio y el esfuerzo que demandaría el proceso. Quedé fascinada por su perspectiva; era una mezcla de espiritualidad y pragmatismo que resonaba en mí, como una melodía que tenía tiempo sin escuchar.
El Sacrificio
Con cada sesión, Mariela me guiaba, no solo a través de rituales y prácticas, sino a través de un viaje interno. Debía mirar en mi interior y enfrentar mis miedos más profundos, mis inseguridades que se habían arraigado en mí durante años. Este fue un sacrificio personal monumental, pues no solo se trataba de la ausencia de mi ex pareja, sino de enfrentar la mujer que era y reclamar la que deseaba ser. Las noches se volvían a menudo un campo de batalla, yo luchando con mis pensamientos autocríticos mientras intentaba construir una nueva narrativa sobre mí misma.
Mi coach emocional también tuvo un papel fundamental durante este proceso. Sus sesiones me hicieron comprender que el verdadero amarre no solo involucraba a otra persona; primero debía anclarme a mí misma. Las lágrimas caían mientras hablábamos de mis sueños olvidados, mis deseos enterrados y las sombras que me mantenían cautiva. Me di cuenta de que para atraer amor externo, primero necesitaba cultivar amor propio.
Fue un camino lleno de altibajos. Había días en los que podía ver la luz al final del túnel, y otros en los que me sentía perdida, atrapada en la bruma de antiguas memorias. La lucha era real. Cada sacrificio que hacía, cada emoción que enfrentaba, era un ladrillo en los cimientos de una nueva vida, pero los costos eran altos. Debía renunciar a viejos hábitos y a la comodidad del sofá que había sido mi refugio. Había momentos de debilidad, donde deseaba rendirme y simplemente volver a la seguridad de la rutina previa.
La Transformación
Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y continuaba trabajando con Mariela y mi coach emocional, comencé a notar pequeños cambios. Mi entorno empezó a reflejar mi transformación interna. Las flores que antes ignoraba comenzaron a florecer en mi jardín, y el eco de mis risas se sentía más fuerte. La música, antaño un recordatorio de mi dolor, se volvió un bálsamo que llenaba mi casa con vibraciones positivas.
Las noches de introspección se convirtieron en oportunidades para conectar conmigo misma, para honrar mis emociones sin juicios ni presiones. Aprendí a bailar con mis sombras, a entender que el dolor era solo una parte del camino. Esto no significaba que ya no experimentaría tristeza, sino que estaba aprendiendo a enfrentar mis sentimientos con valentía, sin miedo a quedarme estancada.
Cada paso que daba hacia mi sanación era también un paso hacia el amarre amoroso que deseaba. Mi energía comenzaba a cambiar, y con ello, estaba comenzando a atraer cosas positivas hacia mí. Aquellos secretos antiguos de Mariela, esas oraciones y rituales que inicialmente me parecieron extraños, comenzaron a tener sentido. Empecé a sentir que el universo escuchaba mis deseos y que estaba dispuesta a recibir el amor que siempre había anhelado.
La Culminación
Finalmente, el día del ritual del amarre llegó. Era como si el tiempo se detuviera. Estábamos rodeadas de velas y flores, el ambiente impregnado de un aroma embriagador que invitaba a la conexión espiritual. Mariela me guio con precisión y amor, y en ese momento tan sagrado, me sentí más viva que nunca, integrada. Al finalizar el ritual, mi corazón estaba lleno de esperanza y una sensación de paz que no había experimentado en mucho tiempo.
Al final el momento en que Marina me explicó cómo era el trabajo fue como estarlo viviendo pero ella fue quien se dejó la piel día a día horas y horas montando mi altar en soledad trabajando con la energía y buscando equilibrar y armonizar lo que nos separaba ella es quien luchó horas y horas cada día delante de decenas de velas poniendo toda su fe y todo su amor en concretizar mi deseo más profundo.
Las semanas posteriores al ritual fueron un torbellino. A veces, el miedo y las dudas volvían a asomarse, pero había cultivado una resiliencia que me ayudaba a enfrentar esos momentos con determinación. La vida continuaba su curso, y lentamente, también lo hacía mi conexión con el amor. Comencé a salir, a conectarme con personas que compartían mis intereses y valores. Había aprendido que el amor no solo llega de una relación romántica; existe en la amistad, en la familia, en nosotros mismos.
Tuve contacto con Mariela diariamente y eso me ayudó muchísimo además de las consultas con Andrea.
La Reflexión
El amor que había atraído no solo era un testimonio del trabajo de Mariela y mi esfuerzo personal, sino también el reflejo de todo lo que había sacrificado por mi crecimiento. Aprendí a valorar cada experiencia, cada dolor, cada lágrima que había derramado, porque todos esos momentos habían sido necesarios para llevarme hasta aquí.
Mirando hacia atrás, veo un camino lleno de sacrificios que valieron la pena. La transformación que experimenté me enseñó que el verdadero amor comienza dentro de nosotros. A través de los diálogos sinceros con mi coach emocional y la dedicación a los rituales y enseñanzas de Mariela, encontré no solo el amor que deseaba, sino también la paz y la autoaceptación que siempre habían estado fuera de mi alcance.
Conclusión
Así concluye mi historia: un viaje de dolor, sacrificio y finalmente, la satisfacción y plenitud que experimenté al abrirme al amor, no solo de otra persona, sino de mí misma. Estoy agradecida por cada paso en este camino; cada lágrima derramada ha sido un ladrillo en el camino hacia la vida que hoy disfruto. Comprendí que si bien la vida presenta retos, estos pueden ser catalizadores para nuestro crecimiento, y el amor, en todas sus formas, siempre encontrará su camino hacia aquellos que están dispuestos a abrir sus corazones.
Hoy Pablo y yo estamos casados y tenemos un bebé de 8 meses
Nuestra historia es el amor eterno con el que todos soñamos